Ser adolescente es una patada en los huevos. Ser adolescente en un país de Centroamérica es directamente una castración, ahora imagínense serlo en uno de los países más violentos del mundo. Como en casi todo, lo que hace más catastrófica esa etapa de la vida es la pobreza, ya no solo material, sino además espiritual; y con espiritual me refiero a cultural.

Desde siempre se nos enseña el odio a las diferencias, la necesidad constante de cagarse en la vida de quien piensa, viste o habla distinto nos lo han transmitido nuestros padres de generación en generación. Es nuestro verdadero dogma de fe. Ahora le llamamos a eso bullying, pero hace unos años no sabíamos que ese odio manifiesto tuviera nombre.

Pero en un país como El Salvador, hablar de bullying es casi estúpido. Sí, siempre hay problemas más urgentes. Este problema suena tan amenazante frente a la cifra diaria de asesinados. Suena a un problema de tintes burgueses. O para ser más precisos: un problema de clasemedieros arribistas. Nadie habla de esto, en ningún espacio. Por eso esta novela me parece importante: porque lo aborda desde la ficción.

Pero —como siempre— me estoy adelantando.

Hard Rock se llama y es la primera novela de Felipe A. García, escritor salvadoreño (Gran Maestre en perder los Juegos Florales, dice él) que recientemente fue fichado por la editorial Los Sin Pisto, la misma editorial que publicó Cerdo Duplicado.

Ernesto se disparó sólo por jodernos

Se disparó frente a todos.
Nadie sabe por qué.
Bueno, sí lo sabemos. Sólo fingimos que no.

Así comienza la historia, dividida por capítulos que tienen nombres de canciones famosas del género, y por fechas (quizás este último detalle es el que nos hace sentir que estamos leyendo algún diario personal o blog) y que transcurre en esos colegios católicos de la clase media del país. Colegios en los que, a cambio de una educación decente, se enseña a juzgar como demoníaco todo lo que sea diferente.

El narrador es Rodrigo, un joven que ha llegado a sacar su último año de bachillerato al Liceo Salvadoreño, después de haber sido expulsado del Santa Cecilia. Ahí conoce a Ernesto, el protagonista de la novela y el pato oficial de aquel año de promoción: un joven escuálido, callado, tímido, introvertido, maricón, culero, afeminado. El chivo expiatorio ideal. El que despierta la antipatía y el odio de compañeros y profesores por igual.

De Rodrigo conocemos más bien poco, pero se intuye que él y Ernesto son seres totalmente distintos. Sin embargo, Rodrigo siendo el nuevo y Ernesto el raro, no tardan mucho en coincidir obligados por las asignaciones académicas. Ahí es donde ocurre el encuentro que comienza a darle sentido al título: a los dos los une una pasión impronunciable por el rock, por el hard rock. Y ya no cuento más para no caer en el pecado del spoiler.

Los personajes y la trama

Ernesto es un personaje bastante bien definido. La constante exposición a la bravuconería lo convirtieron en un asocial. Siempre está a la defensiva y no comparte en ningún momento esa devoción enfermiza por su colegio como sí lo hacen sus demás compañeros. Dentro de la lógica del Liceo, Ernesto es un desarraigo, un apátrida. Su identidad está en el rock y en la necesidad urgente de terminar su bachillerato para, por fin, deshacerse de los compañeros que le hacen la vida imposible.

Sin embargo, el otro gran personaje de la novela, Rodrigo, queda debiendo algo. No es que esté mal caracterizado ni mucho menos, pero hay siempre algo de su personalidad, de su contexto, que no termina de revelar, y que deja ese sentimiento de que nunca lo terminamos de conocer.

Por otro lado, los compañeros acosadores, aparecen como seres malignos en casi toda la novela. No es hasta que la situación se sale de control cuando caemos en cuenta que en realidad ellos también son víctimas de esa matriz cultural que los obliga a comportarse como animales bajo el pretexto de que así es como debe de ser.

La trama es sencilla y en este caso eso no significa que sea mala. Como mencioné al inicio, todo transcurre a lo largo de un año escolar típico salvadoreño. La evolución de los acontecimientos y los personajes va marcada por esa etapa difícil y bella en la que se termina la educación media. Los que «salimos» de colegios católicos nos sentimos fuertemente identificados con los rituales, alegrías y consternaciones de ese último año de bachillerato, el año de la «promo».

La condena a lo diferente

Pero lo que hace de Hard Rock una buena novela es lo que provoca: dolor e incomodidad. A través de la historia de Ernesto uno se obliga a confrontarse con cosas que daba por sentado. La forma en cómo nos educan, incluso cuando tenemos el privilegio de estudiar en un «buen» colegio, usualmente nunca lo cuestionamos. Lo normal es que los prejuicios y estereotipos que nos insertan en toda la educación básica nos acompañan por el resto de nuestras vidas, y hace falta un tremendo esfuerzo intelectual y humano para superarlo.

Para mi, el gran mérito de Hard Rock es que nos explica una razón importante del fracaso de nuestra sociedad. El bullying en los colegios y en las escuelas no es un asunto de interés nacional porque todavía no hemos dimensionado que, gran parte del odio y la violencia sinsentido que nos manejamos, viene provocada precisamente por esta etapa, en la que el repudio sistemático de lo que consideramos distinto se vuelve el pan nuestro de cada día.