La habitación al fondo de la casa, de Jorge Galán, no es una novela, es un álbum: fotografías difusas, sepias y a veces mágicas de una familia que podría ser cualquier familia de este rincón de mundo. Una dinastía (si es que este término es válido para denominar a una familia pobre) que inicia con un hombre sin mayores rasgos de identidad. Un anónimo que primero se llama Niño, luego Hombre y finalmente Viejo, que engendra 3 hijos cuando está por cumplir los 90 años y cuya existencia sería demasiado difícil de creer (incluso para los parámetros de una historia de este tipo) de no ser porque resulta extrañamente familiar.

En esta novela/álbum se entreteje la historia de una familia. Una familia sin apellido pero con una historia que recuerda el realismo mágico de García Márquez, sin caer en la copia burda como lo hizo Isabel Allende.

Pronto nos damos cuenta que los lectores estamos irrumpiendo en un espacio íntimo, donde una anciana narra su historia familiar a su nieto: precisamente en la habitación al fondo de la casa de la casa familiar, que alguna vez representó los bríos y la esperanza más genuina, pero a la que el paso implacable de los años la terminó convirtiendo en un despojo oscuro y con tufo rancio (hablo de la habitación y no de la anciana, aclaro)

El nieto está suspenso entre dos mundos; uno recreado por la memoria de su abuela y el otro, el mundo en que se mueve una nueva generación. Se ve que el nieto mantiene cierta distancia de las memorias de su abuela; no confía del todo de sus historias y está consciente siempre de la realidad fuera de la casa. Los ruidos y las luces de la calle, por ejemplo, interrumpen la narración de su abuela“, apunta la escritora Evelyn Galindo.

Las historias que Magdalena (que así se llama la anciana) le cuenta a su nieto me recordaron las historias de mi propia abuela, donde los muertos eran capaces de aparecerse con la mayor de las naturalidades; donde los brujos, los malesdeojo o los remedios inverosímiles forman parte de una normalidad difícil de entender en estos años que corren.

Por otro lado, las vivencias que conforman este árbol genealógico tienen un tinte trágico, difícil de detectar a primera vista, pero que resulta demasiado familiar para, me atrevo a generalizar, todos los que vivimos en este país, en esta región: la muerte intempestiva, el asesinato siempre inoportuno, que se termina aceptando como algo cotidiano. Las historias de injusticias y crímenes atroces se deslizan en las conversaciones como quien habla del clima o del resultado del fútbol. Esa impasividad se despliega a lo largo de esta historia, salpicándola en pequeños detalles, casi pasando desapercibida.

Galán aprovecha este errático siglo de historia familiar para dejar algunos pequeños guiños a la Historia Nacional, específicamente la guerra civil de los ochenta. No quiero incurrir en el pecado del spoiler, pero este detalle (el de los primeros estertores de la guerra) se vuelve medular en la historia que se cuenta en lo oscuro y casi en susurro allá en La habitación al fondo de la casa.

Como dice Galindo:

La habitación al fondo de la casa se puede leer como un llamado a la pos-generación para acercarse al pasado a través de la imaginación. Para las generaciones que no vivieron la guerra o los mayores eventos históricos del siglo pasado, la imaginación reemplaza a la memoria personal y llega a tener un papel sumamente importante. El espacio familiar es un lugar propicio para transmitir la memoria e imaginar el pasado, pero la misma novela de Jorge Galán revela que la producción literaria y cultural también abre espacios para imaginar el pasado.