Heterocity es un animal extraño dentro de la novela salvadoreña. Destaca, a primera vista, por su volumen: es un novelón de más de 400 páginas. Tan grande es, de hecho, que la única edición disponible en El Salvador, la de Los Sin Pisto, está dividida en dos chulos tomos. Aborda la temática de la diversidad sexual, durante años ignorada dentro de la literatura nacional, por no hablar de la sociedad salvadoreña, atravesada por niveles estúpidos de prejuicio y odio. Con ella, en 2011, Mauricio Orellana Suárez ganó el Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo (ahora extinto por falta de bolas). Esta novela la leí fascinado en un par de semanas, muchas veces atrapado en buses asediados por alabanzas gritonas en medio de las grandes trabazones de Middle Sívar. Pero ese telón de fondo más bien repugnante no sólo fue un evidentísimo contraste ante el mundo que Heterocity desplegaba ante mí, sino que me sirvió para descubrir en la novela una obra maestra. Ahorita les cuento.

Heterocity es varias novelas. Perdón. Suena a frase de contraportada de libro, pero es estrictamente cierta.

Hay una novela de ideas disfrazada de drama político: la odisea del diputado Denis Farías, miembro de un minoritario Movimiento Progresista que intenta legalizar el matrimonio igualitario en El Salvador. La historia puede resultar, sobre todo al principio, predecible: es una clásica toma de conciencia. Por ratos, los personajes hablan en textos argumentativos que resultan a veces cansados de leer (por ratos se olvida que se trata de una novela y no de un curso sobre los distintos abordajes a la diversidad sexual), pero quizás es esa estructura tan conocida la que hace que el desenlace impacte tanto. Es aquí donde uno puede disfrutar más de la ambivalencia con que puede leerse Heterocity. Por ejemplo, en la cima de su empeño, Denis Farías propone la posibilidad del matrimonio igualitario en una sesión plenaria de la Asamblea Legislativa y sus argumentos terminan en una eruditísima discusión de la exégesis bíblica de los versículos más abiertamente homofóbicos. Por una parte, la situación es ridícula (y del todo probable en El Salvador): en la Asamblea Legislativa de un Estado laico se discute la correcta lectura de la Biblia para aprobar una ley. Pero, por otra parte, los argumentos son muy buenos, serios y deberían sacudir al más dogmático (ya quisiera yo, estudiante de teología, tener clases así de prendidas).

Hay una novela de amor que presenta algunas de las escenas más cómicas y trágicas del libro: la relación turbulenta entre el atormentado Marvin y Jared, su contraparte más sensata, un alma libre. Esta parte, además, es quizás la que se narra con mayor audacia literaria, con tramas simultáneas en distintos tiempos, con todo un cast de personajes que ata la novela en una unidad literaria, distintos recursos narrativos, y un tono agridulce y barroco que define Heterocity. Marvin, en más de un sentido, es el protagonista de la novela, aparece en todas las tramas y creo que también construye una trama propia, transversal y muy íntima: Marvin sucumbe a la Ciudad Hetérea (se mete a un ministerio evangélico de “ex-sodomitas” después de abusos espantosos y una serie de contundentes fracasos amorosos), pero al final triunfa sobre ella entregándose a Jared en las últimas triunfales oraciones de la novela. 

Hay una comedia que en más de una ocasión se roba el show para el lector. Una madrugada, los últimos asistentes de Kali‒Yuga, una disco gay en San Salvador, terminan sitiados por el CAM, los militares y una sospechosa delegación del Ministerio de Salud, que teme que se hayan contagiado de una enfermedad que prolifera en antros. De lejos la trama más lenta de la novela, es aquí donde brilla en todo su esplendor la irreverencia de la diversidad sexual (torciendo a veces, de la manera más disfrutable, la credibilidad de la historia). Sin embargo, su tensión es impecable y aunque exige una lectura atenta para su cast de prisioneros, nos abre a la salvaje realidad marginal de los “otros placeres”. Aquí están muchas de mis imágenes favoritas: una drag queen derrotada que llora “con una fuerza que hace temblar Kali-Yuga”; un morrito menor de edad al que tienen por asesino; un exmilitar que intenta armar la resistencia en la disco sitiada; el presentador de televisión que ha aterrizado en el huevo de su vida; una pitonisa (llamada Pipianisa, jiajiá) que recibe visiones místicas sobre el futuro de las atrapadas; revolcones tensos entre gente destripeadísima y un concurso‒sorteo de danza de kumaras en las vísperas del asedio final. Refulgente y prendida, esta novela corre como un espectáculo con luces de neón y pirotecnia.

Y está la novela más oscura, la más violenta y chocante: la que gira en torno al bando del establishment. Un niño muere accidentalmente mientras el tipo que lo cuida coge con un famoso presentador de televisión, que huye de inmediato. Los Casariego, una familia de abolengo, usan al niño muerto (en el sentido más literal y grotesco) para frenar la posible reforma que Denis Farías abandera. Un cura pedófilo (uno de los peones clave en el juego político de Heterocity) pregona en secreto una teología gnóstica, de lo más heterodoxa, pero pronto es atenazado por el secreto de sus violaciones. Debajo de un empresario conservador y catoliquísimo hay un mujeriego que abusa de menores de edad de las que se deshace como quien se quita caspa del hombro. Esta novela criminal es el relato del desmantelamiento de las estructuras que cubren la pudrición latente de la Ciudad Hetérea. Y por ella corre también el hilo más extraño de la novela: el diario/blog del cuidador del niño muerto, repleto de textos poéticos, tristes y esotéricos a partes iguales que desafían el entendimiento del lector.

Aquí también se encuentra uno de los grandes logros de Heterocity: Lucrecia de Casariego, la archirrival de Denis Farías, una silueta calcada de estas viejas de pisto católicas, derechosas y provida, pero que no llega jamás a ser una caricatura (y la tentación es terrible con esos especímenes); es una genuina villana, perversa (a veces demasiado), calculadora, inteligente, la vieja nunca pierde el control. Es la reina de la Ciudad Hetérea, dispuesta a las peores atrocidades con tal de conservar el orden en su tierra.

Como tampoco se trata de contarlo todo, acotaré sólo dos cosas más. A pesar de que el estilo de la novela es pesado (abunda en juegos de lenguaje, analogías e insinuaciones, sintaxis compleja) y de la estructura fragmentaria de la novela (se trata de escenas breves separadas entre sí por asteriscos, a la manera de los mosaicos y los vitrales), la leí con voracidad en poco tiempo. Tampoco me dejó leer otros libros a la vez. Es lo justo, así de impresionante resulta. Incluso le perdono que los personajes se tuteen abiertamente en El Salvador. Así que espero que corran a leer, por encima de todas sus responsabilidades, esta épica magnífica de todo un sector humano que libra sin concesiones una batalla terrible contra la Hetero City de San Salvador.

P. D. Especialmente recomendada para el club de lectura de la parroquia.

Imagen principal tomada de Deskgram.