La isla de los monos es la segunda novela del escritor Róger Lindo. Al igual que la primera (El perro en la niebla), está basada en vivencias reales del autor, en memorias de su infancia y adolescencia, cuyo escenario principal es el San Salvador de finales de los sesenta. Escenario, sí, pero también personaje principal.
Nos sentamos a conversar en uno de los cafés que hay dentro de Museo Nacional de Antropología. Lo contacté porque a finales de agosto de este año, la Librería UCA, ubicada en SOHO, Las Cascadas, realizó una segunda presentación de esta novela.
La isla de los monos narra las pericias de Cacho Leiva, un joven de 13 años, miembro de la clase media urbana salvadoreña de aquellos años. Se trata de una historia muy anecdótica por un lado, pero que rescata estampas de ese El Salvador del que no tenemos tantos registros, mucho menos desde la ficción: El Salvador clasemediero y urbano anterior al conflicto armado.
Comencé la entrevista preguntándole si es la primera vez que presenta esta novela. Me dice que es la segunda, y arranca la entrevista elogiando las virtudes de la librería de la UCA.
Róger Lindo: Todas las semanas tienen actividades literarias. Es una gran cosa, y me gusta el hecho de que hayan abierto una librería fuera de la UCA.
Ricardo Corea: Que de hecho tiene esa particularidad, de siempre darle espacio a la literatura nacional.
Róger Lindo: Sí, no solo distribuyéndola, sino que también publicándola. Tiene una larga tradición, especialmente en la época de don Ítalo López Vallecillos.
Ricardo Corea: Don ítalo, que también fue periodista, además de escritor, y por algún lado recuerdo haber leído que fue prácticamente el editor de la Generación Comprometida.
Róger Lindo: ¿Estás hablando de Roque, Armijo…?
Ricardo Corea: Sí.
Róger Lindo: En realidad no. Ese grupo se formó y creció en la UES. A ellos los publicó la Editorial Universitaria. Pero la editorial de la UCA ha publicado montones de libros, literatura, investigaciones… Ahora está en una nueva fase con Sajid Herrera. Él es el director. Sería bueno que lo entrevistaras un día.
Ricardo Corea: Lo voy a anotar para que no se me olvide.
Róger Lindo: Esto, de hecho, es el único libro de ficción (se refiera a La isla de los monos) que él ha publicado.
Ricardo Corea: Entrando ya en materia. Esta es su segunda novela.
Róger Lindo: Segunda novela publicada.
Ricardo Corea: El perro en la niebla todavía no lo he leído…
Róger Lindo: Leela, te va a divertir.
Antes de El perro hice el intento de escribir una novela, pero no cuajó. No estaba listo… Sin embargo, escribí 600 cuartillas. Después las tiré. Pero no es trabajo perdido porque te da oficio. Es como estar perdido en el bosque, ¿no? Con la suerte de que podés salir y decir “No, no, este no es el camino”, pero algo aprendiste.
Y luego escribí El perro. Comencé por el penúltimo capítulo.
Ricardo Corea: ¿Ese fue el primer capítulo que escribió?
Róger Lindo: Sí, pero ya antes había escrito un texto que me dio la idea del personaje. Y esa fue la clave, porque me dio una voz. Yo necesito tener una o varias voces para que la novela tenga como una personalidad.
Ricardo Corea: ¿Así comienza usted una novela?
Róger Lindo: Esa es una manera, digamos. Es un requisito, para mí, tener un personaje. Pero la novela propiamente, el penúltimo capítulo lo escribí en Quezaltenango, y de ahí me fui al principio.
Esa novela la escribí enteramente, salvo ese capítulo, en Los Ángeles. Y ahí comencé a buscar editor. Que es uno de los grandes retos del escritor. Tener un texto, un cuento, una novela o un libro de poesía, y encontrar un editor. Buscando, buscando, di con una editorial pequeña, independiente, del país vasco. Se llama Verbigracia. A ellos les gustó la novela, hicimos el contrato y me la publicaron. Buen trabajo con el editor.
El primer editor es uno. Es un trabajo de corregir, corregir y revisar… Pero el editor te ayuda porque encuentra inconsistencias, porque te está leyendo desde afuera, tiene la distancia que se necesita.
En fin, esa fue la primera novela. Años después la sometí a la DPI y ellos la reeditaron.
Ricardo Corea: ¿Cuándo se publicó en Verbigracia?
Róger Lindo: Fue en 1997.
Ricardo Corea: ¿En serio? Yo tenía la idea de que era más reciente. Entonces DPI fue que publicó más reciente.
Róger Lindo: Ah, no, esperate. El poemario fue en 1998. Entonces tuvo que haber sido cuatro años después. Y luego me metí en esta novela.
Ya muchos años antes me había planteado escribir una novela, no de juventud propiamente, sino que una novela que retratara los años de juventud, adolescencia sobre todo.
Yo siempre comienzo con una imagen. Eso es aparte de lo de tener un personaje. En el caso de El perro es Guille, el personaje entrando en el local del León, el local sindical. Y en esta (La isla de los monos) es cuando van cruzando la calle para ir al colegio para ir al juego de básquet, a la escuela San Alfonso.
Ricardo Corea: Justamente esta era de las primeras preguntas que traía, si esta novela tenía ese toque más contundente de memoria, de vivencia propia.
Róger Lindo: Las dos, las dos novelas están alimentadas por vivencia.
Ricardo Corea: ¿Pero sí de forma más decidida? Porque al final, casi que cualquier novela tiene esa mezcla de memoria, imaginación… En esta en particular, no sé si Cacho Leiva es algún alter ego de su propia infancia.
Róger Lindo: Una especia de alter ego, sí. Es bien interesante que cuando la leyó Horacio (Castellanos Moya), me dijo que se parecía a las novelas de Robert Walser, que es un escritor austríaco al que yo no había leído entonces. Pero yo no sigo un modelo. Por supuesto que siempre le caen a uno un montón de influencias. Pero no sigo un modelo. Y para algunos, el personaje es mucho más maduro que la edad que tiene. Es una novela sobre el San Salvador de esa época.
Ricardo Corea: Para mí, San Salvador, la ciudad, casi asciende a la categoría de personaje principal. Es bien interesante cómo se reconstruye el San Salvador de esa época. Pero además juega un papel importante incluso en la animosidad de los personajes.
Róger Lindo: Claro. Es super importante, casi un personaje como vos decís. Y eso es lo que yo perseguía, todo a base de la memoria. Igual que en el caso de El perro, como uno tiene que hacer caminar a los personajes, yo usaba mapas para no equivocarme de calle. Porque ya no me acordaba de algunos recorridos o de los nombres de las calles.
Por ejemplo, en El perro, cuando Guille viene huyendo de un enfrentamiento, él va por esta calle y tengo que ir viendo… Lo demás es la memoria, ¿no? Pero me ayudo mucho con ese recurso.
Fijate que la maestra de literatura del Liceo Salvadoreño me invitó a presentar la novela ahí en el Liceo, como a tres clases distintas. Entonces Illich Rauda me hizo la presentación, y había hecho un power point, con imágenes de la época, hizo una investigación.
Me gustó mucho esa presentación.
Ricardo Corea: Antes de comenzar la entrevista le comenté que estoy en un taller con Jacinta Escudos. Y hace poco estábamos leyendo un texto de Roque, de Las historias prohibidas del Pulgarcito, un texto que se llama Dos retratos de la patria, y lo que cuenta básicamente es un gran desmadre que se arma en el zoológico. Enlacé ese texto con su novela porque en esa época, esa zona de la Casa Presidencial, y el zoológico enfrente, era como el corazón del país. ¿Había mucha actividad cultural por esa zona?
Róger Lindo: Yo viví una época ahí. Vivíamos contiguo al cine Modelo. Todos los domingos íbamos al cine. Ahí vi las películas de Tarzán, por ejemplo. Mi mamá me llevaba al cine. Esa es una influencia que me cae. Porque me parece que es fascinante. Es esencialmente visual, imágenes.
Cuando estaba escribiendo El perro yo decía que tenía que ser algo así, tiene que poder ser llevado al cine en algún momento.
Pero volviendo al Modelo: Sí, nosotros salíamos a caminar en la noche, a la casa, por la colonia Nicaragua, salíamos a caminar ahí al parque Venustiano Carranza, era bien seguro, además el zoológico, los árboles… La novele tiene mucho de eso.
Ricardo Corea: Pero yo sentí que más que del cine, es la música lo que resalta en su novela. Una persona que no sea salvadoreña, que no tenga muy bien el contexto, se ubica rápido en el tiempo en el que está contada, justamente por las canciones.
Róger Lindo: Y eso fue un chequeo que tuve que hacer para no equivocarme de época. Creo que menciono a Jim Morrison, The Doors…
Ricardo Corea: A The Beatles bastante.
Róger Lindo: Sí, a los Beatles, a una cierta época de ellos, porque tuvieron varias épocas.
Ricardo Corea: Creo que esta era la época hippie, porque era la de Eleanor Rigby.
Róger Lindo: El Submarino Amarillo. Sí, todo eso conforma la época.
Ricardo Corea: Y luego, además de la música, tenemos también la literatura que lee Cacho.
Róger Lindo: La literatura que lee Cacho Leiva es de aventura. Si te das cuenta, él tiene una mente más fantasiosa. La niña, Lupita, tiene una mente más con los pies en la tierra, más centrada, sabe lo que quiere. Ella en cierto punto lo arrastra, porque dice “vamos a irnos del país, entonces necesitamos un mapa, brújula, cuchillo…”. Más aterrizada.
Ricardo Corea: De hecho, cuando fraguan ese plan, a mí me causó, y supongo que era lo que usted quería enseñarnos, que Cacho se lo toma como una aventura, como algo fantasioso, pero algo alejado. Lupita, en cambio, lo planea más como una vía de escape de algo bien jodido. Que lo sabemos hasta el final.
Róger Lindo: Yo no sabía cómo iba a terminar la novela. Cuando la arranqué, no tenía un plan. Yo lo fui descubriendo. Y como vas desplazándote por la época, el plan de ficción, el plan literario, se va apegando a la realidad. Por supuesto, hay muchos elementos que ya tenía claro, como sus conversaciones con los monos. Eso es fantástico. Pero no tenía un plan. Eso lo fui descubriendo en el camino.
Ricardo Corea: Hay por ahí un dilema, una dicotomía, se lo he escuchado a algunos escritores, incluso de acá, que dice que hay escritores de brújula y hay escritores de mapa. Es decir, los que necesitan tener absolutamente todo claro de qué va a pasar, y los que solo se dejan llevar. Esta novela, por lo que me cuenta, es más de “tengo esta idea, veamos a dónde nos lleva”.
Róger Lindo: Sí, va saltando de imágenes en imágenes. Recaigo otra vez en la parte cinematográfica. En cierto momento no sé qué sigue. Hay bloqueos a lo largo del camino, pero de repente me estoy rasurando, nadando o lo que sea, y se me viene la idea. A veces estoy en un atolladero, pero para mí es importante volver y volver y volver. Comenzar a revisar qué hay de nuevo, y ahí va saliendo por dónde tiene que irse. Y si me meto, si escribo un párrafo o dos, que no me convencen, que no me gustan, prefiero borrarlos y volver al punto donde me había quedado. Si algo no me gusta, lo tiro. Yo he escuchado novelistas decir que no les gustan sus obras. Pero a mí me tienen que gustar. Yo me pongo a leerlos. Abro el libro y me pongo a leerlo. Me río de las cosas que he escrito. Tiene que haber un elemento de diversión. Y así como vos señalaste algunas cosas, hay lectores que descubren cosas sobre el texto en las que yo no había reparado.
La escritura solo se completa con los lectores.
Fotografía de: Ricardo Corea.
Ricardo Corea: Es una muestra de que el texto está vivo, que aguante múltiples y distintas lecturas, todo el tiempo.
Róger Lindo: Sí, sí. Para mi tiene que haber un apego a las vivencias. Por ejemplo, yo no me miro escribiendo una novela ambientada en el siglo XIX que no sean de vivencias. Para mí, la experiencia es fundamental. Inclusiva en cierto momento el Cacho menciona a Jack London.
Ricardo Corea: Es cierto, menciona El llamado de la selva.
Róger Lindo: Sí. Dice algo así como que para él, los mejores escritores son los que tienen vivencias. Dice: “son los intelectuales de la intemperie”. Me pasa lo mismo con la lectura.
Fijate que el otro día me regalaron un libro de poemas de Bolaño, se llama Literatura nazi de América, y en ese libro todo es inventado.
Ricardo Corea: Pero esas son historias, no es poesía.
Róger Lindo: Ah sí, tenés razón, son historias. Pero no lo terminé de leer. No lo pude seguir.
Bolaño me gusta mucho. Cuando leí Los detectives salvajes me gustó, me encantó. De hecho, escribí una reseña en La Opinión.
Ricardo Corea: Y ahora que usted le pone nombre, para mí Bolaño también es un intelectual de la intemperie.
Róger Lindo: Sí, es muy vivencial, así era su vida. Como Henry Miller, él era desde enterrador hasta vendedor de enciclopedia…
Ricardo Corea: Un factótum.
Róger Lindo: Un factótum. Y tiene esa vitalidad… Algunos dicen que es algo charlatán. Algo charlatán, por supuesto, hay un montón de cosas que no… Pero eso es lo que lo va llevando, su materia prima.
Ricardo Corea: Cacho Leiva tiene mucho ese espíritu aventurero, pero para ser honesto, sí me generó un poco de conflicto su nivel intelectual. Es un niño de 13 años que escucha a Sibelius, ya leyó a Baudelaire… Por eso le preguntaba antes si era como su alter ego, si ese niño era usted cuando tenía 13 años.
Róger Lindo: Te voy a decir. La ocurrencia de mandarse a imprimir las consignas (Róger hace referencia a un pasaje de su novela, en la que Cacho Leiva escribe y distribuye consigas subversivas), eso yo lo hice cuando estaba en noveno grado. Yo redactaba esos comunicados… Imaginate, eso fue antes de que salieran las organizaciones político-militares, o en los años que se estaban formando.
Ricardo Corea: Peligrosísimo eso.
Róger Lindo: Peligrosisímo. Hice otras cosas también. Había un grupo de compañeros en el colegio con el que hablábamos de cine, que éramos como los más despiertos del aula. Hablábamos de la historia, del cine, de televisión, cosas así. Ya sabíamos y hablábamos de actores. Entonces con ellos salíamos a repartir los comunicados. No había una niña de por medio… Digamos que eso es un hecho real.
Es que, ¿sabés qué? Cuando estaba en sexto grado me gustaba mucho leer.
La otra cosa era la música. En esos años pegó una gran transformación, porque oíamos a grupos y letras que venían desde afuera, por supuesto, pero en esa época…
Cuando fue la despedida de sexto grado, en esa época todavía estudiaba en el Nuevo Liceo Centroamericano… Ese se quemó.
Ricardo Corea: ¿El que estaba por El Diario de Hoy?
Róger Lindo: No, ese está cabalito frente a la iglesia La Merced. Ahí todavía tiene el nombre. Me quiero ir a tomar unas fotos por ahí… Vamos, si querés.
Ricardo Corea: Cuando quiera. Yo le tomo las fotos.
Róger Lindo: Pero volviendo a lo de la música. Ese año, cuando estaba en sexto grado, nos convidaron a varios colegios a un festival en el Teatro Nacional. Estaban Los Supersónicos, Los Beats…
Ricardo Corea: La Época de Oro de la música salvadoreña.
Róger Lindo: La época dorada. Hay gente que dice que el rock y la revolución caminaron a la par. En esa época todavía estaba el movimiento hippie.
En esa época hubo una gran transformación cultural en el mundo… La revolución sexual, por ejemplo… Todas esas influencias nos caían encima. Eso quizás explica un poco la precocidad del personaje.
Ricardo Corea: Hay una parte en la que, si no estoy mal, Lupita llega a la fiesta del primo de Cacho y menciona que llega con una minifalda, y dice que prácticamente se acaban de inventar en Europa.
Róger Lindo: Hasta en los periódicos tan conservadores como los nuestros, uno lograba captar todo eso… La radio, yo escuchaba mucho radio de onda corta, quizás eso influyó mucho en mi radicalización. El Salvador es un país muy cerrado, muy pequeño y muy conservador. Muy clasista. Uno se siente como que está metido en una jaula en este país. Entonces uno anda viendo otras cosas: Literatura, música, el cine es muy importante.
Fijate que acá, cuando yo estaba en la secundaria, tenía un chero con el que nos escapábamos de clase para ir a ver películas. Podías ver películas italianas… Incluso una vez me fui a meter al Teatro Nacional, ¿sabés qué es lo que estaban pasando? Una película rusa.
Ricardo Corea: ¿Teatro Nacional?
Róger Lindo: Sí, porque en esa época se convirtió en cine.
Ricardo Corea: Ok, no sabía eso. Qué interesante.
Róger Lindo: No sé quién era el director en esa época (del Teatro Nacional), pero se tomó esa decisión.
Ricardo Corea: ¿Pero no era El acorazado Potemkin?
Róger Lindo: Ojalá hubiera sido El acorazado, no, una película bien propagandística rusa, de la Segunda Guerra Mundial… Algo ridícula.
Ricardo Corea: Ahora que lo dice, tuve también esa duda cuando leía su libro: le comenté que Cacho Leiva me pareció precoz, pero también comencé a recordar otras novelas, y se me vino a la mente Tirana memoria, de Castellanos Moya, no sé si lo conoce.
Róger Lindo: Muy bueno. Es una de las novelas que más me gustan de él.
Ricardo Corea: También es de mis favoritas. Pero mi punto es que también percibo esa actitud muy precoz en uno de los personajes de esa novela. Entonces me entra la duda sobre si a esas generaciones les tocó “despertarse” más rápido.
Róger Lindo: En la actualidad hay mucho acceso… Vos podés leer lo que querrás, podés escuchar la música que querrás. Las redes sociales nadie las controla. Antes era muy difícil porque dominaban los militares, era una sociedad más reprimida. Los soldados te podían hostigar porque andabas el pelo largo, o a las muchachas porque andaban con minifalda. Era una sociedad bien represiva. Mataron libreros. Casi había que esconder los libros. Entonces había como un reto, algo contra lo cual ir.
Además, como te digo, en el planeta circulaban ideas muy fuertes. Creo que había mucho joven en esa época. En 1968 fue lo de Francia, lo de México, en ese mismo año fue lo de Checoslovaquia contra la invasión soviética, fue ese año. Había mucho esa actitud. Y había paradigmas, el paradigma de la producción, el paradigma del socialismo que hoy ya no existe; había un espíritu más idealista. Decime, ¿cuáles son los paradigmas de hoy? El individualismo. De pronto la sociedad salvadoreña es muy consumista.
Alguien me estaba contando el otro día que hay salvadoreños que tienen hasta siete tarjetas de crédito. De hecho, hace unas semanas se estaba discutiendo en la Asamblea Legislativa un tema que tiene que ver con eso justamente, con las tarjetas de crédito.
Ricardo Corea: Además de la ciudad, sentí que hubo otro… No personaje propiamente, pero sí como una sombra constante que es la de la organización, las células que posteriormente conformarían el cuerpo de la guerrilla salvadoreña.
Róger Lindo: Sí, acordate que el hermano de Cacho está organizado en la UES. Él está inspirado en mi hermano mayor, que era hermano de otra madre. Mi padre era nicaragüense. Antes de venir a El Salvador, tuvo una familia en Nicaragua. Y nos conocimos con esos otros hermanos. A veces venían de visita. Uno de ellos vino acá porque quería estudiar Derecho en la UES. Al final no cuajó y estudió en Nicaragua. Pero trajo un montón de libros, cajas de libros. Era un tipo bastante coco. Le gustaba mucho la literatura. En cierto sentido, él me puso en contacto con la literatura, y de todo tipo de libros, sobre todo de ficción.
Entonces sí, la UES siempre ha sido un hervidero, un centro de acción, de pensamiento. Acordate que la Generación Comprometida ahí fue donde operó. Ahí está Armijo, Pichón Cea.
Ricardo Corea: La época de La pájara pinta.
Róger Lindo: Sí, sí. ¿Sabés quién tiene un estudio bien interesante sobre esa época? Roberto Turcios. Se llama, creo, Rebeldía. Concretamente sobre el año 1960, sobre (José María) Lemus.
Ricardo Corea: Estamos también en un momento en el que, no solo comienzan a incubarse las organizaciones preguerrillas, sino que ocurre cerca de la Guerra de las Cien Horas, con Honduras. Que por ahí hay también una referencia lejana a eso.
Róger Lindo: Es que tuvo mucho que ver. Acordate que los militares estuvieron en el poder desde Martínez hasta 1979, con Carlos Humberto Romero. Entonces ese fue el mundo en el que crecimos.
Ricardo Corea: Que en su libro está la referencia a Fidel Sánchez Hernández, pero lo menciona con su apodo: Tapón.
Róger Lindo: Sí, y cabal como dice la novela: había un presidente que era militar y un vicepresidente que era abogado.
Ricardo Corea: La teoría de José Enrique sobre los pistoleros y los abogados. Tenía la duda de dónde sacó usted esa teoría, que me pareció bien curiosa, pero ya me contó de dónde la sacó.
Róger Lindo: Me puse a revisar quiénes eran los presidentes y los vicepresidentes, y ahí salió eso.
***
La entrevista se corta abruptamente como reflejo de la realidad: en ese momento, Róger me propuso irnos para el centro de San Salvador, para recorrer algunos de los lugares que se mencionan en su novela: el colegio San Alfonso, el Nuevo Liceo Centroamericano y la iglesia de La Merced. Acá pueden leer la crónica de ese recorrido: Intelectuales de la intemperie: Recorrer el Centro con Róger Lindo.