Se lo preguntaron a Borges, a Octavio Paz y a Antonio Colinas; a Gamoneda, a Félix Grande, a Neruda, a Isaac Felipe Azofeifa y a otros tantos. Azofeifa respondió como mejor sabía, con un poema:
—Maestro, ¿para qué sirve la poesía?
—Para hacer más poesía, creo.
—Y ¿para qué más poesía?
—Para llenar al mundo, creo.
—Y ¿para qué llenar el mundo de poesía, Maestro?
—Para que no esté vacío.
—Pero si está lleno de cosas.
—Sí, pero sigue vacío.
—Maestro, no entiendo este enigma.
—Hijo, toma el lápiz y escribe tu primer poema…
Como yo tampoco entiendo el enigma que plantea esta pregunta, y por más que escriba versos malogrados y prosaicos nunca acabaré por comprenderlo, solo se me ocurre invocar a los maestros y lanzarles, como lo hicieron tantas veces periodistas, lectores, críticos y hombrecillos ingenuos como yo, esta interrogante: ¿para qué sirve la poesía?
Si lo que dice Paul Valéry es verdad, y creo que tiene razón, que el poema es el desarrollo de una exclamación, y como exclamar es decir algo en voz alta (en voz alta, pero en papel, para el caso) con fuerza o vehemencia manifestando emoción o dando vigor y eficacia a lo que se dice, los aficionados intuirían lo que a priori suponen los iniciados: escribir un poema es expresar una emoción. Siendo así, ¿para qué sirve darle forma? ¿De qué les sirven esos objetos verbales a sus creadores o a los receptores de tal manifestación?
Lo primero que se me ocurre es lo más obvio. Según las circunstancias y el momento de los unos y de los otros, escritores y lectores, sirve, por un lado, para registrar emociones, el sentir general de una época y el de colectividades —¿acaso la poesía de Serguéi Yesenin no es el reflejo del misticismo del pueblo ruso? ¿No son las exigencias de la vida moderna una fuente de inspiración en la poesía de Anne Sexton? ¿Whitman o Hemingway no transformaron la sensibilidad de toda una época?—; para contrarrestar la deshumanización a la que nos vemos sometidos en nuestra cotidianidad; para sanar, es decir, para obtener alivio y desahogo; para enriquecer el conocimiento (es una actividad intelectual, un trabajo de nuestro cerebro mediante el cual, valiéndose de la razón y el sentimiento, se accede a una especie de realismo trascendido; la razón es la forma y el sentimiento, el contenido; es decir que ciertas metáforas, como afirma Alberto Bernal, ciertas asociaciones de ideas nos revelan aspectos inesperados de las cosas) y, por el otro, para sensibilizar e intensificar la conciencia y, por tanto, desarrollar empatía y sentido común.
Dice Octavio Paz en La otra voz que la poesía es instrumento de salvación. Es probable que tenga razón, pero lo cierto es que cualquiera podría desestimar esta afirmación y calificarla de arbitraria y exacerbada. Muchos, sin embargo, lo han secundado hasta hacer de la expresión un tópico literario o una respuesta fácil y apasionada ante la interrogación de la utilidad del género lírico. “La poesía me salvó la vida”, dijo Claribel Alegría en una ocasión, y muchos tantos más lo han repetido en su momento.
Literalmente, el único caso histórico que conozco en el que la poesía le salvó la vida a alguien es el de Egill Skallagrímson, un vikingo y escaldo popular y antihéroe de las sagas islandesas, considerado por muchos historiadores como uno de los más importantes poetas de la literatura medieval escandinava, quien fue sentenciado a muerte por el rey Eiríkr Hacha Sangrienta. En la víspera de su ejecución, Egill compuso un drápa de alabanza al rey y, en presencia de este, lo recitó frente al patíbulo y le fue perdonada la vida. He ahí un verdadero ejemplo de salvación por medio del poder de la palabra poética. Sin embargo, supongo que quienes la expresan es porque así lo consideran. Como en el poema de Azofeifa, sin poesía el mundo les parecería vacío, que es casi lo mismo que morir. Esta utilidad, la de la salvación, en realidad se corresponde con el punto de vista de aquel que se dedica a lo que lo apasiona, es un beneficio permanente e intrínseco a cualquier actividad que el hombre practique por complacencia y no por compromiso o exigencia. Salvarse de la vacuidad es el resultado de obtener un beneficio vital e impalpable: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Cuando Beethoven perdió el sentido del oído, sintió por un momento que todo estaba perdido puesto que la vida lo estaba privando de su sentido más importante, aquel que le servía para dedicarse a lo que más lo apasionaba. Pero pudo más su pasión por la música, que terminó componiendo una de las sinfonías más maravillosas de la música clásica.
Como mencioné anteriormente, cualquiera puede desestimar toda actividad que no aporte nada a su vida. Un hombre de negocios puede creer que un poeta es un inútil a tiempo completo; este, a su vez, que aquel es, además de inútil, un depredador. Borges desdeñaba el fútbol; Pelé, la poesía. Los periodistas están convencidos de que ejercen el mejor oficio del mundo. Márquez es el autor de este cuenterete. Por el contrario, Juan Gustavo Cobo, poeta y periodista colombiano, se atrevió a decir que las mejores noticias se encuentran en los poemas, lo cual me parece una elocuente manera de irritar a los orgullosos periodistas. Lo que es útil para unos, es inútil para otros. La basura de unos es el tesoro de otros.
Por otro lado, es posible atreverse a decir que las formas más simples, limitadas y oscuras del género poético sirven hasta para engañar. El ejemplo más inmediato que se me ocurre es el del lenguaje publicitario. No se puede negar que ambos, el lenguaje publicitario y el poético, siguen procedimientos distintos, pero también es innegable que en ocasiones el primero se vale de recursos del segundo para sugestionar al espectador y apelar a las emociones de este y crear necesidades superficiales. Una minoría que embauca a la gran mayoría con enunciados ingeniosos y hasta poéticos que en el fondo defienden la utilidad de lo inútil.
La poesía también sirve para satisfacer necesidades espirituales, pues, retomando a Paz, canta lo que está pasando; su función es dar forma y hacer visible la vida cotidiana. En todo caso, está claro que quien se acerque a la poesía no obtendrá ninguna utilidad práctica. Su reino pertenece a lo maravilloso e impalpable. Sirve, como dijo Juarroz, como una visionaria y arriesgada tentativa de acceder a un espacio que ha desvelado y angustiado siempre al hombre: el espacio de lo imposible, que a veces parece también el espacio de lo indecible. En fin, la pregunta ni siquiera debería formularse, puesto que si la poesía no sirviera para nada, no existiría. Lo que sí debe reconocerse es que, como dijo Gamoneda, la poesía no proporciona ningún servicio práctico, incluso no proporciona nada que pueda modificar la realidad social, ni siquiera la individual. La poesía, esto sí, intensifica la conciencia. Y esta es quizá su única utilidad. Aunque también es probable que salve vidas.