Me gustaría aventurar una suerte de reseña (aunque “comentario” me hace sentir más cómodo) sobre esta grandiosa novela, de la cual, si existiera un canon salvadoreño, diría que se ubicaría en un lugar de honor, aun con la consabida polémica por las inclinaciones políticas del autor. Baste esta fotografía para sacar conclusiones.

Curiosamente, como paradoja atroz de este país y su literatura, Yo soy la memoria es un libro que ha caído en un injusto olvido. Como le sucede a la mayor parte de libros producidos y editados acá, de este libro de Hugo Lindo solo se publicó una primera edición (UCA Editores, 1983).
Así que, lamentablemente, es un libro difícil de encontrar. Es virtualmente imposible poderlo comprar nuevo, porque la librería de la UCA ya no lo tiene. Si alguno que lee esto tiene la suerte de encontrarlo en los libros usados, o si por casualidad lo tiene entre su biblioteca, sepa que tiene una cosa en peligro de extinción.
Los trebilios y el efluvio
El primer escollo con el que se topa el lector de Yo soy la memoria es el lenguaje. Aunque llamarle escollo pudiera ser agorero, y hasta demasiado injusto, lo cierto es que Lindo se asió de un lenguaje barroco, cargado de adjetivos, palabras del español más culto y construcciones gramaticales nada comunes.
Se han aproximado a mi oído, tiernamente, los versos de seda de Olivid, que suenan como trebilios de botón, y me han bañado de un efluvio indefinible y embriagador las pupilas de Vindrio.
Extracto tomado al azar.
A pesar de que este tipo de lenguaje demasiado ornamentado puede suponer un problema más o menos grande para los lectores más novatos (a mí, sin ir muy lejos, me hizo abandonar el libro en más de una ocasión), lo cierto es que me resulta imposible concebir esta historia sin ese lenguaje.
Si Lindo hubiese “bajado” el lenguaje a uno mucho más coloquial y accesible, creo que su lectura sería imposible por inverosímil.
La mitología de Lindo
Con frecuencia se escribe sobre una novela, o sobre un autor, que ha “construido un universo muy propio”. Con frecuencia, quienes escriben este tipo de comentarios sosos se olvidan de que esa es una característica inherente de cualquier historia de ficción, así esté ambientada en una época y un lugar reconocible. Para no caer en ese cliché, voy a irme levemente por la tangente: En Yo soy la memoria Hugo Lindo creó una mitología.
Ambientada en un mundo pacífico, hermoso y pulcro, cuya sociedad, llamada la Raza, está dividida en dos grandes grupos: los Selectos y los Muchos. No se necesita ser demasiado avispado para entender una cosa y la otra, pero por si acaso, lo extiendo: los miembros de los Selectos son los privilegiados, los que tienen los mejores dones, la mejor vida y, en general, el monopolio de lo hermoso y estético de cuanto hay en el mundo. Los Muchos son sus antípodas, esa masa amorfa y sin nombre, albergue irrenunciable de las mayorías.
La contraparte de esta sociedad viene dada por la presencia de los Otros. Una sociedad lejana y prohibida de la que no se sabe nada porque su sola mención suena soez. Sin embargo, la sombra constante de esa otra sociedad se cierne sobre la vida de la Raza y, en buena medida, sobre las decisiones que se toman.
Los Venerables y la Transferencia
Existe, además de los Selectos y los Muchos, una subespecie mucho más elitista que los Selectos, designada por la deidad suprema de este mundo, Mélina Etrusca, como los gobernantes de toda la Raza, la casta más alta de la sociedad: los Venerables.
Los Venerables son la representación exacta de los sueños eróticos de cualquier sistema dictatorial de antaño (y quizás de la actualidad): casi dioses que ostentan no solo el poder político y el beneplácito total de su diosa, sino, además, poderes extrahumanos que los vuelven únicos: hay uno que es el Sanador, otro es el Biólogo, el Astrólogo… Y así, cada uno posee habilidades, experiencias y conocimientos únicos a su respectiva área.
Todo este bagaje especializado en una sola área del conocimiento humano no lo aprenden en interminables sesiones de estudio, o en larguísimos procesos burocráticos, sino en un simple y llano ritual en el que un Venerable vacía todo su conocimiento (tanto el que heredó de su antecesor, como el que él mismo se encargó de acrecentar) sobre su sucesor, justo en el momento en el que está muriendo (Lindo le llama a la muerte Transferencia, no sé si como una búsqueda de la belleza o como un eufemismo para no ensuciar este mundo con una palabra tan mal habida). Eso sí, los Venerables, al ser elegidos por una especie de intuición divina por sus antecesores, pueden salir incluso de la casta de los Muchos.
Me detengo a explicar porque creo que aquí radica un detalle genial de la novela: Lindo elige como narrador de toda esta historia a Medilón de Opas, sucesor de Antur Astrino, el Venerable que posee uno de los papeles más ingeniosos en este gobierno místico/religioso/político: ser la memoria de la Raza.
Todo cuanto ha sucedido, todo cuanto ha sido dicho, pensado o ejecutado, todo lo relevante y lo insignificante que ha existido en la historia de la Raza, desde el momento del Acontecimiento (un génesis de este universo), está registrado en la cabeza del Venerable, quien representa a la Memoria. Es una genialidad porque resuelve, de forma verosímil, el problema que siempre supone establecer quién es el narrador de una historia, o cómo es que el narrador sabe absolutamente todo sobre lo que está contando.
Colonización aséptica
En cuanto al contenido, Lindo nos entrega una historia engañosa (otro comentario soso). Por un lado, se podría creer que se trata de la historia heroica y mítica de un pueblo casi perfecto, entregado al hedonismo y la contemplación. Por otro, también se podría considerar una historia sobre una revolución en el seno de una sociedad en apariencia apacible.
Mi lectura es que Lindo escribe una versión aséptica de la colonización: despojada de masacres, guerras y retóricas geopolíticas; el autor busca establecer una relación entre el despojamiento cultural que padecen las sociedades más provincianas frente a las grandes urbes, y la necesidad cada vez más perentoria por conservar la memoria, envase inequívoco del alma de cualquier pueblo.
Sin adentrarme en más detalles (guardo la esperanza de que un día esta novela se vuelva a editar, por eso no pongo más spoilers), Yo soy la Memoria de Hugo Lindo retoma una idea recurrente en muchas otras obras salvadoreñas, pero lo recoge desde el crisol de una novela donde se funden lo fantástico y la ciencia ficción: La memoria como antídoto. La memoria como ancla. La memoria como última trinchera para conservar la identidad de las sociedades menos tecnificadas. De eso habla esta novela olvidada.
Gracias por recordar la novela «Yo soy la Memoria» y expresar la necesidad de reeditarla. Con respecto a la foto, solo quiero aclarar que él fue embajador de El Salvador en España en época de Franco, por lo tanto tuvo más de un encuentro con ese oscuro señor, sin embargo eso no quiere decir que compartía sus ideas. Hay varias fotografías de él con diversos personajes de la época de diferentes colores y sabores.
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Hola, Astrid. Yo soy la persona que escribió la nota. Gracias a usted por pasar a leer esta pequeña reseña. Espero que la narrativa entera de don Hugo, y no solo esta obra, pueda ser reeditada en un futuro no muy lejano. Es mi intención, y la de todos los que conformamos Grafomaniacos, que la literatura salvadoreña sea leída, y creemos que en ese sentido don Hugo hizo aportaciones invaluables.
Respecto a la fotografía, en realidad se trató de una especie de chascarrillo, tal vez un poco estúpido de mi parte, ya que hace poco la cuenta Efemérides SV, en Twitter, publicó la foto y generó cierto revuelo por lo polémico de la figura de Franco. Sin embargo, estoy consciente que don Hugo fue un diplomático e intelectual de su época, que se me movió en distintos círculos sociales y políticos.
Lastimosamente, como usted bien sabrá, en este país generalmente nos quedan versiones fragmentadas de la vida de algunos de nuestros mejores escritores. Por lo que me gustaría proponerle una entrevista para conversar sobre este y otros aspectos de la vida de don Hugo.
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Le envié un mensaje por messenger
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Gracias por sus comentarios
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Yo ando buscando ese libro… Si alguien lo quisiera vender
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