El título de este artículo, Entre el asco y la risa de Horacio Castellanos Moya, fue producto de una emoción ambivalente en la que coexistían dos estados anímicos: por un lado, la jocosidad provocada por esa cualidad cómico-humorística que caracteriza a la novela El asco. Thomas Bernhard en San Salvador; y por el otro, el sentimiento de hostilidad y rechazo que causa en cualquier lector salvadoreño leer una novela como esta, cuya intención no es otra que la de emprender una demoledora y mordaz transgresión en contra de un conjunto de valores heredados en nuestro inconsciente colectivo. De ahí el título: una sugestiva expresión que nace en un plano de connotación simbólica y que enmarca el valor cómico-transgresor de este relato.
Cuando se lee por primera vez esta novela se experimenta aquello que, en alguna medida, sentiría cualquiera de los lectores de este país; o peor todavía, de aquellos que hacen del patriotismo una norma de valor absoluta: asco. Sin embargo, conforme va disipándose tal sentimiento repulsivo, a fuerza de releer, se levanta el telón de la intolerancia nacionalista y surge la gran carcajada. Esta puesta en escena, por tanto, nos provoca la revelación: fuimos ingenuos y lo fueron aún más quienes mordieron el señuelo y constataron, mediante amenazas de muerte al autor, que nuestra realidad supera esa amarga ficción.
Digo que mordieron el señuelo porque, en todo caso, la gran novela de Moya, más que de provocaciones directas, se vale de recursos estilísticos de la comicidad y de la parodia verbal para organizar un discurso transgresor de ciertos signos y paradigmas culturales de la salvadoreñidad, con el fin de despreciar y burlarse de los vicios, la insensatez y las injusticias de los individuos que conforman nuestra sociedad y subvertir las reglas, los valores morales, políticos y sociales de nuestra nacionalidad.
Ahora bien, ¿puede reír un lector salvadoreño mientras lee la novela de Moya? ¿Por qué provocó tanto repudio y polémica en vez de la risa de los detractores? La respuesta es simple: en la vida, dice Umberto Eco en Entre mentira e ironía, es natural que una tarta en la cara provoque la risa, con tal de que se espachurre en cara ajena. Esta novela, por tanto, funciona como un pastel agridulce en el rostro salvadoreño; una invectiva hiriente y mordaz en contra de los valores y antivalores de nuestra idiosincrasia. ¿Es posible entonces reírse de uno mismo mientras nos toman el pelo? Lo más natural sería responder del mismo modo, pero esto pocas veces ocurre en países como el nuestro, caracterizados precisamente por la violencia y la intolerancia política. Aun así, fuera de todo sentir nacionalista, muchos han advertido la intención humorística de El asco. Es, como dijo Roberto Bolaño, un libro para morirse de risa.
Y solo es posible morirse de risa o de uno mismo cuando se comprende que el límite del humor es lo humano, cuando se acepta que, para comprender una cultura, como dijo Cortázar, hay que tocar lo más amargo, lo más repugnante, lo más horrible, lo más oscuro; cuando se entiende que la novela de Moya, aunque el trasfondo de la fábula no sea otro que el de un cuadro trágico y desalentador, se sustenta de esa expresión exclusivamente humana: la risa.
Es así como la novela de Moya se sustenta de recursos estilísticos del humor para lograr el efecto cómico en el lector: narraciones de acontecimientos y situaciones humorísticas socialmente inaceptables pero ocurridas en un marco social específico, padecidas por personajes existentes o ficticios, quienes con todos sus defectos y deformidades físicas o morales son ridiculizados, con el fin de provocar la risa en el receptor; recursos lingüísticos o retóricos como la parodia, la ironía, la sátira, el sarcasmo, hasta la invectiva personal, el libelo y la más mordaz de las groserías o insultos.
En ese sentido, el humor, o al menos la risa, en su grado más degenerativo y vulgar, también es posible conseguirse mediante el acertado uso de procedimientos tales como lo soez o el humor zafio, el insulto, la grosería, la invectiva y el libelo. Estos medios lingüísticos no forman parte de la intelectualización y sublimidad del humor, esta quizás sea la razón principal del porqué los tratadistas ni siquiera se preocupen en reconocerlos como parte de la gran familia de categorías de la comicidad, sin advertir que evidentemente estos aspectos están mayormente asociados a lo plebeyo, al vulgo y a una cultura de las clases populares.
Esto es importante, ya que El asco es un claro ejemplo de ello: el humor zafio y soez no solamente como motivo de risa, “sino también como un sistema que sirve para descifrar una cultura marginal ligada a la desolación, la muerte, la vileza y lo grotesco que subyace en el mundo periférico de las ciudades pequeñas, con sus personajes caracterizados por el espíritu vulgar, por la ruindad y la perversión; y que de igual manera permite poner en escena narrativa la idiosincrasia, la cultura y la identidad colectiva de estos pueblos” (Sánchez, Luis Rafael. Poética de lo soez: identidad y cultura en América Latina y en El Caribe).
¿Cómo podría refutarse que El asco es una novela cómica, si el propio protagonista es un sujeto cómico de principio a fin? Un sujeto repulsivo, un bebedor compulsivo y charlatán, un muñeco parlante y verborreico que critica ferozmente todo cuanto sea salvadoreño, un personaje grotesco y exagerado que padece de colitis nerviosa, de humor y temperamento atrabiliosos, un personaje que lleva al extremo una demolición verbal de los símbolos emblemáticos de ciertas identidades colectivas de nuestra cultura, un herético de los mandamientos adquiridos históricamente por los grupos que conforman nuestra sociedad; en fin, un personaje que con su discurso subvierte constantemente las reglas instituidas en el marco cultural de nuestro país.
En definitiva, el humor soez de esta novela de Moya sirve como instrumento desacralizador de la identidad sociocultural salvadoreña y nos confirma la idea de que es posible reinterpretar la realidad del país desde los fenómenos literarios y de ese modo revalorizar el sentido de la risa (o el humor) como útil herramienta para subvertir la cultura dominante, la cual, como sugiera El asco, siempre merece ser repensada o, en su defecto, ridiculizada. Sin embargo, detrás de ese profundo sentimiento de hostilidad y crítica contra la vida social, política y cultural de nuestro país, existe un anhelo de transformación de la realidad y de corrección moral mediante la risa destructiva que provoca el valor satírico de la novela; una risa que pese a la rigidez de nuestro sistema social y la intolerancia política, surge violentamente con el fin de ridiculizar las representaciones simbólicas de las distintas identidades colectivas, para poner al descubierto la profunda crisis de las reproducciones culturales de la sociedad salvadoreña posmoderna.
En conclusión, la novela sirve para morirse de risa, o de asco.