Hay clichés que merecen la pena: las listas de fin de año tienden a ser puntos de partida interesantes para compartir películas, libros, música o lo que se les ocurra.

Hoy vengo otra vez a honrar esa creencia con mi propia lista: historias salvadoreñas que leí en 2019. Historias que a veces tomaron forma de novela y a veces de cuento. Dos recipientes bien distintos pero que comulgan en un pacto necesario: la ficción. Mejor aún: la ficción desde este punto geográfico tan diminuto.

Sin más preámbulos, acá dejo mi lista.

1. El verbo J,  de Claudia Hernández

Una novela poderosa. La segunda publicada por la, hasta hace muy poco, escritora salvadoreña internacionalmente reconocida por sus cuentos brutales. En esta novela, Hernández nos cuenta la historia de Jasmine, una mujer trans que decide abandonar su tierra para buscar lo que, nos han dicho siempre, es una utopía llamada Estados Unidos.

Pueden leer la reseña completa acá: El verbo J: La supervivencia y la libertad sexual.

2. La habitación al fondo de la casa, de Jorge Galán

Un álbum de fotografías. Eso es esta novela: una serie de imágenes dolorosas por cercanas, que rescata la memoria de un país como el nuestro, pero no desde un sentido científico o axiomático, sino desde esa ensoñación contundente de nuestros imaginarios, cargados de profecías, maldiciones y magia, pero también de violencias, pobreza y abusos.

Pueden leer la reseña completa acá: Imaginar el pasado: La habitación al fondo de la casa.

3. Dron, de Mauricio Orellana Suárez

Normalmente no disfruto de las distopías que basan su tensión narrativa en la satanización constante a las nuevas tecnologías, las redes sociales o las dinámicas comunicacionales del siglo XXI (a excepción, por qué no, de las primeras temporadas de Black Mirror), pero Orellana Suárez no lo reduce al absurdo: plantea un mundo donde la intimidad es un lujo carísimo; donde la noción de privacidad está mucho más manoseada que ahora mismo. Una historia necesaria, que pone los acentos donde deben ir: los límites entre lo público y lo privado y entre las pertenencias digitales ya no son nada claros. Sin entrar en visiones apocalípticas,  ni en el desgastado discurso sobre la falta de valores. Dron es una novela para asustarnos, para dejar de decir “Ok, Boomer” y empezar a poner atención.

4. Memorias del año de la Cayetana, de Jacinta Escudos

Uno de los libros que más disfruté este año es, sin ninguna duda, Memorias del año de la Cayetana, una novela reeditada este año por editorial Catafixia y por editorial Los Sin Pisto, y que ha sido conocido durante todos estos años como A-B Sudario. La premisa es simple: Cayetana, una mujer excepcional, cuenta la vorágine en la que su vida se ha convertido. Lo fascinante nos llega desde el lenguaje, o más específicamente, por el jugueteo constante con el lenguaje: A veces cargado de metáforas y reflexiones mordaces, a veces de diálogos que pretenden quemarlo todo. A los puristas de la real lengua española le sobrarán motivos para no acercarse demasiado: Jacinta y Cayetana inventan su propio lenguaje, sus propias reglas y su propia manera de utilizarlo.

5. La isla de los monos, de Róger Lindo

La segunda novela de Róger Lindo nos cuenta la historia de Cacho Leiva, un preadolescente de las capas medias de la sociedad salvadoreña de los años sesenta. En esta historia, fluyen temas como la adolescencia, el concepto del amor en esas edades, las relaciones familiares y hasta los, por entonces, nacientes movimientos político-militares que dentro de poco se convertirían en un conflicto armado en toda regla. Pero lo más destacado de la novela es San Salvador, esa ciudad que adquiere las dimensiones de personaje principal en la escritura de Lindo.

Pueden leer la entrevista con Róger Lindo acá: “Uno se siente como que está metido en una jaula en este país”: Una entrevista con Róger Lindo.

También pueden leer una crónica sobre el recorrido que hicimos junto a Róger por algunos de los lugares de su novela: Intelectuales de la intemperie: Recorrer el Centro con Róger Lindo.

6. Yo soy la memoria, de Hugo Lindo

Como presagio atroz de su propio destino, esta novela publicada por la editorial de la UCA en 1983, cayó en un injusto olvido. Hugo Lindo construye en esta obra una mitología que bien podría ser una metáfora de las relaciones de poder de cualquier país latinoamericano. Pero la historia es mucho más que eso. Haciendo gala de un lenguaje culto, de palabras que hoy llamaríamos rebuscadas, y con construcciones gramaticales nada simples, Lindo narra la historia de una colonización, limpia, sin sangre, suave, pero colonización a fin de cuentas.

Pueden leer la reseña completa acá: Yo soy la memoria y la colonización aséptica de Hugo Lindo.

Fruto de esa reseña, tuve la oportunidad de conversar con Astrid Lindo, hija de Hugo. Acá el resultado de esa platica: “Gracias a Martín Baró la UCA publicó Yo soy la memoria”: Astrid Lindo.

Dos cuentos galardonados

Contar historias a través de un número reducido de palabras siempre me ha parecido una operación casi mágica. Este año he dedicado mucho tiempo a leer cuentos, pero acá hay dos salvadoreños que habrá que resaltar, no solo por haber sido acreedores del premio Carátula de cuento breve en años consecutivos, sino por la calidad que entrañan.

Lugares comunes, de Alejandro Córdova

En esta historia, Córdova resucita un conflicto armado que no vivió pero que, sin atisbo de duda, marcó su historia y la de todas las generaciones posteriores. Con un tono picaresco, Lugares comunes cuenta una historia de amor impensable en época pos Acuerdos de Paz. Una historia de amor que se bate entre cárceles, clandestinidades y violencia institucional.

Pueden leer la reseña completa de este cuento acá: La herencia de la orfandad y los lugares comunes.

2 de noviembre, de Allan Barrera

Un cuento que habla sobre la muerte y la pobreza. A diferencia de Córdova, Barrera sitúa su historia en la época de paz, con grandes comillas, en un contexto que continúa siendo habitual: la pobreza que no se desprende ni siquiera después de la muerte. Todo servido con una carga emocional difícil de evadir.

Pueden leer la entrevista sobre este cuento acá: Allan Barrera: “El cuento es la historia de muchas familias desintegradas de San Salvador”.


Antes de finalizar, me gustaría compartirles esta lista también de fin de año y también de libros salvadoreños, que escribió Ernesto Mejía: Los libros salvadoreños que leí en 2019.