Desde La vida de lazarillo de Tormes hasta Rabia, de Stephen King, los libros han sufrido la censura de las masas susceptibles, moralistas radicales o liberales radicales por siglos. Esto no es algo nuevo, y ningún escritor está exento de sufrir el ataque de las personas que se sienten ofendidas por cualquier tema que toque alguna cuerda sensible.
Hoy en día los temas raciales, feminismo, homosexualidad, inmigración, ideologías de género, derechas o izquierdas, etc., son los ejes dominantes de lo que es “correcto” o no de escribir, y eso convierte a cualquier libro que se apega a esos ejes en nada más que un panfleto doctrinante.
¿Por qué menciono todo esto? Autores de talla mundial como Stephen King o Santiago Posteguillo han caído en esta corriente, en este error. Recientemente leí Rabia de King, un libro difícil de encontrar porque ya no se edita más, por la sencilla razón del lugar donde toman protagonismo los hechos, un tiroteo en una escuela. Rabia fue eclipsado más por ese hecho que por su mensaje en sí mismo. Esta novela cuenta la historia de una rebelión de un joven ante una sociedad que pretende moldearlo para una vida materialista, plástica, colmada de apariencias y a la búsqueda de una vida mediocre.
El estilo que King tenía hace 30 o 40 años sería hoy rápidamente “cancelado” por las masas, un estilo que incluía comentarios racistas, homofóbicos, políticos, etc., no necesariamente significa que él pensaba de esa forma, pero retrataba la época que plasmaba en sus novelas.
Como un inmenso contraste, el cambio que ha tenido, acoplándose a la corrección política, tenemos Elevación, una novela corta. El personaje principal sufre de una condición sobrenatural que por sí sola daba para un gran argumento, pero todo fue eclipsado por una obvia agenda liberal radical, en la que surge el apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo, el veganismo, la masculinidad “toxica”, el mensaje que la raíz de todos los problemas de Estados Unidos son los republicanos; Trump como una fuerza del mal y un largo etc., da la sensación de tener en las manos un panfleto de cómo ser políticamente correcto.
Libros como Rabia, El resplandor, Christine, Carrie o el emblemático It, no serían posibles hoy en día, cuando las agendas políticas e ideológicas rigen el canon de lo que debe ser “correcto” o “incorrecto”, y eso mina la libertad de expresión en todos los niveles.
Me quedé esperando «cómo» la corrección política arruina la literatura. Que no se edite ese libro no quiere decir que no puedan tocarse ya temas escabrosos. Los libros siguen siendo la mejor forma de abordar aristas. En 1940, Richard Wright escribió «Native Son» donde un hombre negro mata a una mujer blanca y se siente orgulloso por hacer algo de lo que los hombres blancos jamás le considerarían capaz, por ser «inferior». En la época censuraron la escena en la que él se masturba en un cine; pero las versiones recientes ya incluyeron esa parte y no hace mucho se hizo la película para HBO. Este es el meollo: Wright fue un hombre negro escribiendo sobre otro hombre negro e incluyendo varios matices que alguien más no hubiera sido capaz de vislumbrar en todos sus niveles.
Este enojo hacia la «corrección política» es algo que escucho mucho en boca de personas a quienes les da hueva hacer su tarea y darle matices a los personajes que hubieran sido antes relleno o que sienten, cual salvadoreño enojado porque Moya les insulta a la «pilsener», que la gente es muy delicada cuando nota el machismo o misoginia de los libros que siempre han estado en el altar.
Así como por años, muchas personas nos aguantamos estas lecturas sin poder verbalizar (o comprender) qué nos molestaba de ellas, ahora es el turno del hombre heterosexual de imponerse una simple tarea extra, analizar cómo ven las cosas los otros personajes, que ya no basta con que se muevan en torno al macho protagonista, especialmente si es blanco, europeo y puede darse el lujo de vivir aburrido por «la sociedad materialista que le da todo». Ahora hay quien les hará ver que no es «romántico o poético» irse afuera de la casa de la mujer que les obsesiona o tener sexo con su cadáver mientras hablan de lo «cremoso de su piel blanca». Por supuesto que pueden escribirlo (y se sigue haciendo). Es solo que ahora habrá más gente queriendo saber cómo lo percibía la que sintió miedo todas esas noches, la que está muerta, la que ya no cuenta la historia.
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