Realizar un listado de únicamente 10 libros entre la vasta producción de literatura nacional, y llegar a catalogarlos como imprescindibles, no es precisamente una tarea sencilla, y menos tomando en cuenta que se me pidió no hacer distinción entre géneros ni años, y con esto, solo me quedaría basarme en el criterio de que los autores sean salvadoreños.
Frente a lo anterior, decidí dejar de lado el género del ensayo, pues considero que dentro de estos ejercicios sería interesante dedicarle un espacio exclusivo más adelante, y por ello preferí escoger nada más entre libros de cuentos, de poesía, novelas y dramaturgia. A su vez, también dejo por fuera cualquier antología, porque, aunque esto me ayudaría a quitarme amplio peso de encima, también le quitaría muchísimo sabor al juego.
Sin más que agregar, solo aclaro (por aquello de los pequeños incendios y la rabia), que este es un listado sin ningún orden jerárquico, ni cronológico y en el cual he tratado de equilibrar mis gustos personales, frente al valor estético, temático, o histórico que representan aquellos libros a los cuales he tenido acceso a lo largo de los años y que, si alguien a partir de esto decide redactar su propio listado con libros distintos, desde ya: bienvenido sea.
A lo mejor, más pronto que tarde me arrepienta de no haber incluido equis o ye título en lo que están por leer, pero por el momento esta es la lista que le presentaría a cualquiera que desee acercarse a la literatura de nuestro país.
(Nota del editor: el listado original fue publicado originalmente el 8 de febrero en la revista El Borracho Abstemio, si desean leerlo, pueden entrar en este enlace)
Cuentos de barro, de Salarrué (1933)
En primera instancia, mi plan consistía en no mencionar libros de autores que se encontraran ya en recurrente lectura, gracias a estar incluidos en los planes de estudio, pero es imposible hablar de narrativa en El Salvador sin mencionar al que para mí es el héroe que abrió las puertas del cuento moderno en nuestra tierra. He de aclarar que Cuentos de barro no es mi libro favorito del autor, pues tengo predilección por el tono épico del Salarrué de O-Yarkandal y de La Sed de Sling Bader, y en otras ocasiones por el Salarrué más polémico y las interpretaciones que suscitan obras como Catleya Luna. Sin embargo, más allá del cariño que le tengo al libro por ese recuerdo de infancia en el que me conmovió la lectura de Semos malos, considero que este título tiene su lugar muy bien ganado en la lista, por su valor histórico, por el tratamiento del lenguaje, por el abordaje inteligente de temas que aún ahora tienen vigencia, y por la efectividad de transmitir la esencia del ambiente salvadoreño y su idiosincrasia, a partir de una prosa que se apoya en lo poético y cuya capacidad de conectar a través de la mezcla del humor y lo visceral es innegable.
La diáspora, de Horacio Castellanos Moya (1989)
Más allá de Baile con serpientes, el cual es hasta la fecha mi libro favorito de Moya, y más allá también del siempre amado u odiado El asco, para mi visión particular, el libro de Castellanos que mayor impresión genera por haber sido escrito y publicado en el momento preciso, y por ser la primera novela disidente en El Salvador, que señaló las turbulentas equivocaciones de quienes se encontraban involucrados dirigiendo el proceso revolucionario, siempre será La diáspora.
Esta novela aguda, que contó con un Moya desencantado e incisivo a la hora de abordar el asesinato de Mélida Anaya Montes, y el extraño suicidio de Cayetano Carpio, junto a los conflictos internos del movimiento en cuestión, me parece importante, por cuanto coloca ciertas bases para la literatura posterior a la guerra y a la firma de los Acuerdos de Paz, entre cuyas constantes estará la crítica hacia los procesos y el desmoronamiento de las utopías.
Las historias prohibidas del Pulgarcito, de Roque Dalton (1979)
Para fines prácticos diré que este es el libro de Roque Dalton que mayor diversión me ha entregado. No es tampoco mi favorito, pues tengo especial cariño por ese primer acercamiento al Roque de La ventana en el rostro, y absoluta admiración por el Roque de Taberna y otros lugares (este sí, mi favorito del poeta), pero elijo Las historias prohibidas del pulgarcito por ser el libro desmitificador, desacralizador y capaz de visibilizar la historia no oficial de El Salvador. Por el lado técnico, el poemario se vuelve un recorrido lúdico donde todo convergen la poesía, la antipoesía, las bombas y los chistes, todo a su vez envuelto en ese halo sardónico que permite reírnos de nosotros mismos y repensar pasajes históricos que en algún momento se buscó que diéramos por sentado como reales y absolutos.
Mediodía de frontera, de Claudia Hernández (2002)
Es natural que después de enfrentarse a cualquier listado que pretenda decir qué es lo “imprescindible” para leer en cuanto a obras literarias de un país, surja inconformidad y molestia por no estar de acuerdo con la selección, pero con esta autora, creo que ese efecto negativo puede verse reducido significativamente. Sin temor a equivocarme, diré que Mediodía de frontera forma parte de esos libros que son incapaces de dejar indiferentes a sus lectores y que, es más, con uno o con otro cuento, tarde o temprano, te logra maravillar.
Claudia Hernández reúne en esta colección de cuentos neofantásticos, una amalgama de situaciones desconcertantes, que fácilmente se tornan en grandes alegorías acerca de la soledad, el duelo, la identidad y la violencia.
Narrado todo con una peligrosa naturalidad, Claudia logra que el lector se sienta inmerso en cada historia y “crea” cada una de las situaciones, por muy inusitadas que estas parezcan.
P.D.: Más adelante en los años la autora siguió sorprendiendo con distintos títulos, pero si ahora tuviera que recomendar (a manera de trampa) otro libro de ella, sería: Roza tumba quema, novela en la que vemos por primera vez abordado extensamente el tema de la guerra y sus secuelas, sin romantizar bandos y dando a cada quien su parte de responsabilidad en la gran herida nacional, mientras abre la ventana al diálogo que nos debería interesar; es decir, cómo superar esta eterna posguerra en la que nos vemos atrapados, a tantos años de la firma de los acuerdos.
Puro guanaco, de Salvador Juárez (1977)
Llegados a esta altura de la lista, me permito recomendar este que para mí es un cuestionamiento directo a través de la ironía y el sarcasmo hacia el chovinismo del poder y hacia ese cansado ultrapatriotismo del guanaco. Aquí, Chamba Juárez deja caer golpes certeros, primero contra el orgullo del salvadoreño y los supuestos logros que lo hacen sentir grande. Golpea también la tradición literaria tanto en el discurso como en la forma, a través del uso del lenguaje popular y jugando con la utilización de dichos, idiotismos y giros del lenguaje. A casi dos años de su partida, este como ningún otro de sus libros sigue respirando con vigencia.
Teoría para lograr la inmortalidad y otras teorías, de Ricardo Castrorrivas (1972)
Con este libro de Ricardo Castrorrivas me dejo caer de lleno en mis primeras lecturas y, por lo tanto, en mis primeros momentos de asombro. Ricardo en este título, que engloba cuentos que transitan entre lo realista y lo neofantástico, concluyendo en textos más cercanos a la prosa poética, nos lleva por escenarios dispares, en donde el humor cumple un papel fundamental. Cargados de mucha inteligencia, elegancia y de resoluciones en muy poco espacio, los cuentos de este libro son de los primeros que recomiendo a la hora de invitar a lectores entusiastas a conocer la Literatura Salvadoreña. Tanto es así, que el nombre de Ricardo siempre acompaña a los de Mercedes Durand, Menen Desleal, José María Méndez, Claudia Hernández, Ricardo Lindo, Orellana Suárez, entre otros tantos que tengo a bien recomendar cuando deseo contagiar mi emoción por la literatura de narradores pertenecientes a este pedazo de tierra.
Estados sobrenaturales, de Alfonso Kijadurías (1971)
Complejo, apasionante y ambicioso, este es uno de los libros que sí o sí debe conocer quien desee acercarse a las letras salvadoreñas. Alfonso Kijadurías, quien a mi parecer es el poeta vivo más importante de la actualidad en El Salvador, entregó en 1971 uno de los libros más influyentes de la historia reciente. Con un lenguaje fluido, una construcción ingeniosa de imágenes y una amplia amalgama de temas, como lo serían la identidad, el tiempo, la locura, la soledad, el acto creativo, la historia, el delirio y la idea de dios (entre otros tantos), logra plantarse en la memoria de quien se enfrenta a este libro que se vale de los mecanismos surrealistas, y de un deliberado tono didáctico, para abrir las puertas hacia los viajes que seamos capaces de permitirnos.
A estas alturas del partido, soy incapaz de olvidar mi primer encuentro con aquellas líneas que me hicieron acabar el libro de un tirón, y las cuales veo a bien compartir en este momento con ustedes:
II
las paredes están dentro de mí que estoy creciendo contra el suelo. una sola palabra me pasea en el agua hasta tocar el fuego. infierno del amor de grandes fauces. conoce la dimensión de estas puertas el sacerdote del mal. se necesita la idiotez, estados de locura que permitan viajar a lo más simple. el resto será magia. lave de los misterios ocultos en la claridad primitiva.
estoy fuera de todo pensamiento, de todo círculo y mis únicos dominios son los silencios de este anillo de fuego.
Extracto del libro Estados sobrenaturales, de Alfonso Kijadurías (1971)
Injurias, de Ricardo Lindo (2004)
A partir de acá, todo se torna aún más difícil, tomando en cuenta que los espacios para agregar más libros a la lista se agotan y que, al hablar de Injurias de Ricardo Lindo, se liberan numerosos caminos para abordar una considerable cantidad de autores que tratan el mismo tema que este poeta en su libro-objeto. Al decidir qué libro dentro de la temática de la diversidad sexual podría incluir en el listado, me topé con largas discusiones con amigos y amigas, asiduos lectores que me ayudaron a llegar a la conclusión que Injurias tenía su puesto ganado, por haber sido el primer libro cuya unidad temática íntegra fuera un abordaje abiertamente homosexual, respecto a la diversidad en un país conservador e hipócrita como El Salvador. El conjunto de poemas se vale de un lenguaje directo, con metáforas ocasionales y bastante diáfanas, lo cual se apoya a su vez en el humor y en una ternura desbordante; elementos que saben convivir con mucha naturalidad dentro del ecosistema poético del autor.
Ahora bien, como dije un par de líneas atrás, este libro nos permite visualizar obras posteriores y trabajos previos y dispersos de autores que tratan la misma temática con mucha inteligencia, entre ellos veo necesario mencionar a Mauricio Orellana Suárez y su narrativa, y en mi cariño particular su libro La teta mala, así como también la poesía de Alberto López Serrano y su Cantos para mis muchachos; de la misma manera, Ángeles caídos de Carlos Alberto Soriano, y la poesía de Silvia Ethel Matus y Kenny Rodríguez.
Helechos, de Rolando Costa (1972)
Si ya hablar de la poesía de Kijadurías resultaba indispensable, no redactar unas líneas acerca de Helechos, de Rolando Costa, sería algo que muchos no me perdonarían y que yo posteriormente me habría recriminado. Sin embargo, antes de ello he de contar mi conflicto, pues confieso que este espacio en particular se me hizo complicado porque debía escoger entre Balada de Lisa Island de René Rodas, y este libro de Rolando, pues dentro de mí, ambos comparten una similitud: son capaces de crear un universo tan personal en sus respectivas propuestas estéticas que me llevan a atesorarlos con particular cariño. Al final, pudo más la cantidad de veces que he revisitado Helechos y las conversaciones intermitentes que he mantenido con escritores nacidos en los setenta, ochenta y noventa, respecto a este libro y la influencia notable que el mismo tiene en algunas propuestas estéticas contemporáneas.
Helechos no solo es en la actualidad un libro que con facilidad podemos catalogar como “de culto”, sino también fue un impacto inmediato en muchos autores que ya escribían durante la época en que el poemario vio la luz. Los textos que encontramos en la primera edición son poemas de largo aliento, delirantes, cuya tensión, en la mayoría de los casos, es manejada con mucha habilidad. El libro está lleno de referencias, de enumeraciones incesantes y de un lenguaje flexible, que es el que permite amplificar la sensación onírica que despierta su lectura.
P. D.: Recomiendo, de paso, la edición del libro Helechos y otros poemas, publicada en el año 2009, donde se agregan poemas de menor extensión y de una capacidad de síntesis maravillosa, hablo del apartado final El aguador y otros poemas.
Luz negra, de Álvaro Menen Desleal (1962)
Y llegado el final, vuelvo a pecar como hice al principio con Salarrué, tomando un autor que se encuentra ya muy presente en el imaginario colectivo, pero en mi defensa diré que no hay manera en que se pueda hablar de dramaturgia en El Salvador sin hablar de Luz negra.
Menen Desleal, quien aparte de excelente narrador también fue un poeta brillante y con un humor excepcional, supo derramar dentro de esta obra de teatro un equilibrio temático ideal entre cuestionamientos de carácter filosófico, la búsqueda de los anhelos, la muerte, el absurdo y la ternura, a partir de construir una situación fantástica y macabra que permite la conversación entre Moter y Goter.
Y me quedaré hasta aquí, pues el argumento es ya bastante conocido y profundizar en él solo arruinaría la experiencia de aquellos que aún no han llegado a sus páginas. Quizá en algún momento me anime a dibujar algunas impresiones acerca de Luz negra, pero eso tendrá que ser más adelante, porque como ya algunos sabrán, podría llevarnos la misma cantidad de espacio (o más) que el que se ha utilizado para esbozar este listado, el cual en ningún momento está exento de antojos, ni del germen de la subjetividad.
P. D.: Si el lector me permite una recomendación más, para estos tiempos convulsos en que la memoria histórica es tratada como plastilina, recomiendo la lectura de la trilogía de la dramaturga Jorgelina Cerritos, sus tres obras de teatro acerca de la memoria: La audiencia de los confines, Bandada de pájaros y El misterio de las utopías.