El texto abre con la que parece la atmósfera de El aquelarre y alguna otra imagen de las pinturas negras de Goya, y como si fuese algo que esconder, quien encuentro como personaje central de este libro (aunque no exista uno en específico), trata de imponer la oscuridad ante la revelación del quebrantamiento; desde el libro del código que nos escribe y reescribe, y no sabemos aún si está marcada esa praxis oscura desde la sociedad, desde la desdicha bioquímica del Adeene o (y esta es mi predicción) desde  la ficción esa que se crea en la experimentación de vivir, de entrar en consciencia y abandonar ciertos sistemas de creencias o lazos que dentro de las burbujas de información en las que nos manejamos, parecieran estar hechas para hacernos sentir vergüenza, si se rompen debido a nuestra voluntad. Es entonces y así como El carnero es encontrado solo, entre la opacidad y el frío de no saber qué hacer con la condición de la fragilidad y la adicción a la luz.

Madre no abras la puerta

puede ser que las bestias arrullen el alma de tu hijo

que los chacales extingan su cordura sobre mi carne

que mi risa recuerde a una mañana lluviosa en el cementerio.

Madre ¿quién está parado al otro lado de mis años?

El elemento del asombro en estos poemas, de aquello que se va de las manos y provoca susto o una lucidez que puede llegar hasta enceguecer y tender al desconcierto, es nerviosamente crucial para comprenderse así mismx y llegar a entrever el mundo, su mundo. Mientras la sociedad, también la ciudad es una siguiente fase del mito de la caverna, y primero es el recinto íntimo y entonces el atributo del espejismo a su alrededor, o el reflejo de esa ficción que es lo que está por encima del asfalto, al alcance de la mirada, a la inminencia de la piel, al recorrido de la sangre.

La ciudad es un espejo roto donde mi nombre encuentra su lugar.

Sucias están mis manos y siempre limpio mi corazón.

Escaleras abajo mi país escupe su amargura sobre mi rostro.

Es desde la ciudad que el magnetismo del evento que es la desnudez como quien toca una tan sola página de la revelación, esa desnudez de la identidad propia; desde ahí es que se desarrolla y reclama con fuerza, que sostengamos el carácter de un dios nunca venerado, pero sí uno constantemente inculpado o arrojado al menosprecio.  Un dios que intenta salvarse a sí mismo, o del peligro de una sociedad vulnerada que responde con inmediatez y nerviosismo toda acción, pero definitivamente que responde con un lenguaje que muta, ante todo despliegue del espíritu.

Quien toque esta página estará tocando la desnudez.

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A fuera está mi corazón goteando cristales sobre las cabezas de los hombres

Adentro este líquido rápido que me desdibuja el recuerdo

El carnero sortea de mano en mano su forma de interactuar con esa realidad a ratos bella, a ratos asesina, pero por demás excitante. Todo proceso de exploración es desde las sustancias del lenguaje, esa forma de decir, muy propia de quien ha encontrado una voz particular (aquí hago un paralelismo entre el autor y el personaje, pues es reconocible en Moz, una voz honesta y apegada de una visión estética) y con la que nos encontramos en todo el texto y claro está, toda sustancia del lenguaje, algún lenguaje, es en definitiva una grieta al otro lado del insomnio; al otro lado de la sobriedad aplastante, y por supuesto:

…el poema no cabe en las manos de escarabajos que ruedan las sobras de su propio asombro.

En este momento, desde la propuesta en El libro del Carnero, hay que hablar de las sustancias adictivas como una simulación del cómo mostrarse al mundo, y la búsqueda de saber decir la roja plegaria oportunamente necesaria para el ritual apócrifo del cariño (búsqueda y palabra clave al leer El libro del carnero).

La araña teje en mis pulmones

La raíz de mi próximo nacimiento.

Las sustancias de las que no hay escape, como algo que confronta y es confrontado por quien absorbe su realidad, mientras hay un canto de escorpiones azules que cabalga entre las venas (y) cuya leche oscura se derrama presionando los cuellos de las arterias: si es que esa interacción puede ser confrontada.

Mañana volverá el hombre

Como herida que se arrastra desde los espejos.

(humillado)

Entonces El carnero es la forma de un predicador con una voz tersa, pausada, profunda, y nos recuerda que: ninguno aquí es distinto a una estrella que se apaga.  Pero no es desesperanza lo que pretende, sino saber ver la dualidad de algunos signos y lo binario de la inocencia donde (parece) una llave es suficiente para todas las puertas. El carnero desea pronunciar y que aprendamos el tono de su voz para decir la doble cara del llanto como al escuchar el golpe de la puerta, un amanecer con ramos de brazos en el jardín de un país que tiene un nombre que no le pertenece, * donde abrir la ventana es encontrarse con todas las puertas cerradas.

La sangre parece el sacrificio debido para esta invocación, la sangre como volver a la base, a lo esencial, la sangre que contrasta conscientemente con la escala de grises de todo lo demás, la sangre como la inocencia misma, pero ahora, a este punto ya no sólo se pregunta El Carnero la inocencia, sino que se cuestiona la significación de la propia ternura, la significación de ese lenguaje y no sólo de su obtención y signo, sino de la apropiación; aquello que quiere tan suyo que parece darle identidad, una a la que accede desde la comprensión y el entendimiento como quien ve

A través de la noche una prótesis del dolor,

un camino anfibio -terriblemente angosto-

por el cual arrastrar la conmiseración, la soledad, el insomnio.

Apenas tengo nombre para calzar el invierno

porque la noche deposita cada día su estirpe entre mis huesos.

¿Hasta dónde llegarán sus reservas de ternura a salvaguardarlo, y contra qué cosas o hasta cuándo? ¿Hasta dónde él mismo, El Carnero, es un reflejo de la sociedad como quien raya sus paredes y calles con…

El amor (que) fue olvidado en los recintos de la fiebre         (?)

Así entonces argumenta el antihéroe, como quien se confiesa ante sus compañerxs de creencia o dolor, como un espejo ante lxs militantes de la ternura, desde su ritual:

Aquello roto es mi cariño sobre la sangre,

mi carne descompuesta por todos los amores que murieron frente al mío.

Entonces el llanto del Carnero, su lamento, el nuestro, sabiendo al fin que:

(la inocencia queda en la placenta, en el frío, en la niebla,

en algún basurero oxidado a diez años de nuestro llanto)

El texto de Josué Andrés se divide en cinco partes con las que se construye a mi parecer  una historia, un relato oscuro para obtener todo lo contrario a la desdicha, cinco partes en las que no todas se percibe el mismo abordaje o significación para el desarrollo de la trama pero, así como su valor cambia para unas cosas, son también las lecturas que se pueden hacer del texto en esas mismas; al final aunque gusten más unas partes que otras, es como al detenerse la acción en una película, para hacer un close-up al personaje principal en un plano contrapicado y adentrarnos a las motivaciones y la importancia de sus acciones, e identificarnos con sus búsquedas o al menos comprenderlas. Mucho depende de la intencionalidad o de las búsquedas con las que se aborde la lectura de El libro del carnero, para disfrutarlo en todas sus formas y propuestas. Sin embargo, hay una línea central en el texto, con la que Moz se quiere comunicar y lo logra muy inteligente y sentidamente; un hilo narrativo hermoseado con los signos.

Aquello que queda en la boca

es la putrefacción del cuerpo que se fue.

El libro del que El Carnero aprende la sanación (que por demás está decirlo, así como el personaje, no es un libro en específico, pero sí…), uno al que podemos intuir y acceder desde la lógica del texto, también trae como secuencia del conjuro la memoria del sufrimiento y el peso del poder en nuestra contra, del conflicto armado, del conflicto también de un oscuro abecedario o la sombra de los números más profanos. Josué Andrés no busca desentenderse del pasado, pero tampoco se queda haciendo culto de él (cosa que defiendo mucho en particular y me alegra encontrar en el trabajo literario de Moz, es que la poesía no una estatua inmóvil dejada a la intemperie y cagada por los pájaros; la poesía debe moverse con una fuerza asumida), y es aquí donde vemos otro acierto del libro. Es el recorrido histórico, la importancia de su entendimiento para entrever un porvenir más llevadero, la información que forma la identidad no sólo desde que se nace hasta la actualidad, sino de la consciencia de todo lo que también fue.

[No puedo apartar a nadie de la pólvora]

[Entregar mi cuello no salvará a nadie del cuchillo]

[La inocencia no suaviza la caída;

Nunca la ingenuidad evitó la fractura]

Alguien escribió nuestra historia para reírse de nosotros,

alguien a kilómetros de nuestro amor,

a tantos metros de la esperanza.

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Acá la noche se nos mete por los pulmones

¿Cómo invocar la ternura o la esperanza sin saber la lengua no canonizada con la que responde? Y por su puesto una vez aprendido o al menos sabido de su influencia, hay que ejecutar la epifanía, hay que acontecer el éxtasis.  La invocación. El conjuro que es la negación de lo que alguna vez fue negado.

El poeta frente a la página,

frente al blanco y enorme ojo de dios.

El poeta diminuto frente a sí mismo,

comprende que no existe perpetuidad.

Nace la palabra,

y su lugar únicamente sostenido en la transparencia.

Inequívocamente nada hay menos definido como el camino a la belleza, y con eso estamos todxs muy de acuerdo. Y sí, esta lectura de El libro del carnero está viciada por las búsquedas de quien escribe esto ahora, sin embargo; coherente y conscientemente la mayor virtud del texto es su voz reposada, madura, y sin contemplaciones; como la voz del carnero (black Phillip bien podría llamarse, como el macho cabrío de la película The Witch), que nos invita al ritual para invocar la ternura, con nuestro propio lenguaje, porque, así como el cuerpo no soporta el espíritu:

Percibir el poema no es haberlo entendido todo

ni sentir amor por el lirio que ya es hermoso.

Percibir el poema es una promesa con el vacío:

saborear la gota de sangre

que se queda en la boca.

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*El Salvador